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martes, 2 de febrero de 2016

Los cafés vieneses

Tomar un café vienés con una Sachertorte en el mismo lugar donde Gustav Mahler imaginó alguna de las notas de Das Lied von der Erde (la canción de la tierra), tiene que ser todo un placer. Pero no sólo el Café Landtman nos espera en Viena. La capital austriaca esta llena de cafés que nos atraen no sólo por su elegante arquitectura y por las delicatessen que ofrecen en su interior, sino por las miles de páginas que se escribieron entre las cuatro paredes de sus hermosos edificios.





Los vieneses incorporaron a su cultura el arte de tomar el café y lo incluyeron en su forma de vivir. Los cafés de Viena son legendarios, un atractivo más de la ciudad, una auténtica institución nacional desde mediados del siglo XIX y una enseña indiscutible de la capital austriaca a nivel internacional. Los cafés de la capital austríaca son toda una leyenda. Tanto que desde hace unos años la tradicional cultura de los cafés de Viena ha sido declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Humanidad por parte de la Unesco.

A comienzos del siglo XX los cafés vieneses eran el punto de encuentro de artistas e intelectuales y se hacía política en torno a una taza de café con un trozo de tarta vienesa. Los clientes permanecían horas y horas tomando un café, sin necesidad ni obligación de consumir nada más. Los más fieles solían incluso recibir allí mismo la correspondencia. Era tal la fidelidad de algunos clientes habituales que en muchos casos entraban por la mañana llevando ya la ropa que se iban a poner por la noche cuando, después de la sesión de música de piano en vivo que solía haber a las seis de la tarde, abandonasen el local.

Café Landtmann
Los cafés de Viena se remontan a mucho antes, aunque fue a finales del siglo XIX y principios del XX  cuando vivieron su época de mayor esplendor. Así, por ejemplo, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud era cliente habitual del Café Landtmann, junto al Burgtheater, en Dr.Karl-Lueger-Ring 4, muy cerca de la que era su vivienda y de su consulta en la Bergasse. También solía ir por allí Gustav Mahler. Entre los famosos que lo han frecuentado en las últimas décadas están Marlene Dietrich, Hillary Clinton, Paul McCartney, Burt Lancaster o Romy Schneider. Hay música de piano los lunes y martes de 20:00 a 23:00 h. (Ojo, es caro. Un par de chocolates con una tarta 19 €. Si pides un vaso de agua extra también te lo cobran). 

Interior del Central
El Café Central, en el palacio Ferstel (esquina de Herrengasse con Strauchgasse), era el favorito de Altenberg el poeta sin casa, como le denomina el escritor Claudio Magris en su libro El Danubio, y de Leon Trostky durante su exilio antes del comienzo de la I Guerra Mundial. En honor a Altenberg en la puerta del Central hay una estatua de este célebre austríaco, polémico, poeta y bohemio.

Normalmente, todos los cafés vieneses ofrecen la posibilidad de leer diferentes diarios, que sujetos a un marco de madera, cuelgan de un perchero de los llamados vieneses o están sobre un mostrador.

Interior del Hawelka
Los cafés vieneses fueron siempre centros de reunión social y sirvieron de plataforma para las tertulias y el intercambio de ideas. Otro clásico es el Café Hawelka, en el 6 de la calle Dorotheergasse, que frecuentaba el actor y escritor austriaco Helmut Qualtiger y su compatriota, el escritor checo Friedrich Torberg. Las personas con buen olfato reconocen el Hawelka por su olor, sobre todo a partir de las 22:00 h, que es cuando allí se sirven los Buchteln (bollitos de levadura rellenos de mermelada) recién hechos. Su encanto lo convierte en un popular punto de encuentro para artistas, a la vez que en un remanso de paz en un callejón lateral a sólo unos pocos metros de Stephansplatz.

Dicen los entendidos que en el Café Sacher se puede degustar la tarta de chocolate más famosa del mundo, la célebre tarta Sacher original, cuya receta es un misterio aunque muchos han intentado copiarla. También dicen que la mejor Apfelstrudel (tarta de manzana) y los mejores pasteles de Viena se degustan en el Café Demel, en el 14 de la calle Kohlmark. Paradójicamente, también una tarta Sacher. El dueño de este café es Eduard Sacher que, a la muerte de su madre en 1934, se vio obligado a vender el Café Sacher con la receta de su famosa tarta. Tras años de litigio consiguió en 1964 que se le permitiese poner a las suyas un sello triangular con la inscripción Eduard Sacher Torte.  

Kleines Café
En otro orden de cosas, el Kleines Café (el pequeño café), en Franciskanerplatz 3, es uno de los tesoros secretos de Viena, un café bohemio que sirve de refugio y centro de intercambio de inquietudes para la intelectualidad vienesa del momento. Situado en el centro de Viena, muy cerca de la catedral, es un sitio muy acogedor, pequeño y con encanto. Propiedad del actor Hanno Poschl, el Kleines Café es frecuentado por artistas y estudiantes. Viene a ser el contrapunto. Una obra icónica de la arquitectura moderna austriaca en la que, además, se puede beber una de las más codiciadas y mejores cervezas del mundo, la Schneider Weisse.

En todos estos establecimientos nos podemos encontrar una gran variedad de cafés. El más genuino es el café vienés, que ellos llaman melange, con leche espumosa y azúcar. Si lo queremos solo pediremos un kleiner schwarzer y si lo queremos con nata montada un kapuziner. Hay muchos otros interesantes, como el kurz, uno de los más fuertes, el fiaker, con brandy, el mokka, café solo muy negro, el café brauner, que se prepara con nata, el maria theresia, con licor de naranja y nata, o el eiskaffee, con helado.